miércoles, 17 de abril de 2013

De Gastón Fernando Deligne a Pedro Mir

Por Simeón Arredondo
Poeta, ensayista y gestor cultural
simeonarredondo@yahoo.com.mx

El año 1913 marca para la historia de las letras en la República Dominicana dos acontecimientos de singular importancia, ambos estrechamente ligados al fascinante mundo de la poesía y a la culta e industrializada provincia de San Pedro de Macorís.

Pasarían al menos cuatro décadas para que el segundo de ellos se notara y se reconociera como tal, pero el primero marcó las mentes y los corazones de miles de personas al despuntar el año. El reloj marcaba las 8:15 antes del meridiano de aquel fatídico sábado 18 de enero cuando en el centro de la ciudad de San Pedro de Macorís, a menos de mil metros de la ría que ensimismada enlaza al Higuamo con el Mar Caribe, se escuchó la detonación del revolver que apretaba la mano derecha del insigne poeta Gastón Fernando Deligne. Aquel disparo, único y certero cortaba la respiración del autor de “Galaripsos”, hecho que pondría a hondear a media asta la bandera nacional.

El periódico Listín Diario expresó sus condolencias por el deceso del Poeta y Cantor Nacional, Gastón Fernando Deligne con las siguientes palabras: “Gastón en hora menguada y gesto trágico, ha roto el hilo de su vida, mas aunque la carne miserable desatara sus ligaduras del espíritu, él no ha muerto: ha entrado con derecho pleno en la región de la inmortalidad”. (Bazil, Darío. Poetas y Prosistas Dominicanos; Editora Cosmos. 1978. Pags. 27 y 29.).

Lo que no imaginaron ninguno de los que escucharon el disparo del arma suicida de Gastón Fernando Deligne, el más importante de los poetas dominicanos del siglo XIX, ni de los que por mucho tiempo lamentaron que él desapareciera físicamente cuando apenas había vivido media centuria, fue que en ese mismo año, en la misma provincia que veía apagarse la vida de Deligne naciera otro Poeta Nacional, Pedro Mir, lo que constituía el segundo gran acontecimiento de ese año para la literatura dominicana. A partir de entonces se sucederían un conjunto de coincidencias entre estos dos inmortales de la literatura nacional que llaman poderosamente la atención y que son dignas de análisis.

La primera gran coincidencia entre Gastón Fernando Deligne y Pedro Mir es la que se acaba de señalar, de que el segundo nace justo en el año que muere el primero como si se tratara de un pase de antorcha para varios años después, Mir ocupar el lugar de Deligne en el parnaso nacional convirtiéndose en el poeta dominicano más importante del siglo XX, llegando incluso a ser más celebrado y galardonado que su antecesor.

La segunda coincidencia entre estos dos vates es que Deligne nace en Santo Domingo y muere en San Pedro de Macorís, mientras que Mir nace en San Pedro de Macorís y muere en Santo Domingo. Cada uno de ellos vivió una cantidad considerable de tiempo en ambas ciudades.

Es a partir de 1891 que debido a la aguda crisis económica y al desequilibrio político y social que afectaba la capital dominicana, Gastón Fernando Deligne se traslada a San Pedro de Macorís, estableciendo su residencia definitiva en dicha ciudad. (Gutiérrez, Franklin. Diccionario de la Literatura Dominicana. Editora Buho; 2004. Pag. 132). Esto significa que cuando Deligne llega a Macorís del Mar ya contaba con unos 30 años de edad, y en esta ciudad vive sus últimos 21 años. Pero además es en ella donde pasa los años más productivos de su vida. Incluso intentó en más de una ocasión desarrollar actividades comerciales. Y es allí donde descolla intelectualmente y desde donde da a conocer sus más importantes composiciones líricas.

Cabe destacar que Gastón Fernando y su hermano Rafael Alfredo eligen como destino de residencia a San Pedro de Macorís, al igual que lo hicieron cientos de dominicanos y miles de extranjeros, debido al gran empuje económico que experimentaba la provincia con el desarrollo de la industria azucarera, lo que ligado a otros factores sociales y políticos generaba a su vez un amplio desarrollo cultural en toda la zona. Mismo que posteriormente sería base para el desarrollo intelectual de Pedro Mir, quien vivió sus primeros años en San Pedro de Macorís y luego se fue a Santo Domingo, abandonando posteriormente el país por razones políticas, pero que cuando regresa se establece definitivamente en la capital dominicana hasta el día de su muerte ocurrida el 11 de julio del año 2000.

Una tercera coincidencia importante entre Deligne y Mir la constituye el hecho de que ambos perdieron al menos uno de sus progenitores siendo aún muy niños. Esos acontecimientos marcarían las vidas de ambos párvulos. De ambos seres humanos. De ambos poetas.

Haber nacido en una cuna humilde y haber perdido a su padre siendo un niño, entre otros acontecimientos, le ocasionó a Gastón Fernando Deligne una vida rodeada de soledad, tristeza y angustia a tal punto que pierde la vida sin haber cumplido los 52 años de edad, y además el fin de su existencia es materializado con sus propias manos. Leyendo sus escritos nos damos cuenta que esos años de sufrimiento y nostalgia incidieron significativamente en la producción literaria del poeta. “Quedó al horror sumida/ con expresión que por tranquila, espanta;/ apagada en los labios la sonrisa,/ extinguida la nota en la garganta”.

Pedro Mir, que perdió su madre cuando apenas tenía tres años de edad, cuenta que "mi poesía es producto del sufrimiento. Cuando escribí Hay un país en el mundo, en 1949 en La Habana, padecía de soledad, hambre, miedo, inseguridad física, la nostalgia patria. Esa mano de hierro que me estrangulaba me dio la fuerza”. Algunos biógrafos de Pedro Mir han afirmado que “la temprana muerte de su madre en 1917 le dejó un profundo sentido de ausencia que luego él mismo afirmaría que fue el origen de su vocación poética”. Para tener una idea más o menos clara de lo que significó la falta de su progenitora en la vida del poeta hay que leer detenidamente estos fragmentos extraídos de sendas entrevistas ofrecidas por él casi en la postrimería de su vida:

“Cuando tenía como seis años, lo sé porque recuerdo la casa donde ocurrió, en la oscuridad llamé a mi madre con la seguridad de que me haría caso. No contestó y sufrí una profunda decepción. La experiencia se convirtió en una angustia perpetua que nunca desapreció de mi alma. Me decía que no era posible que ella se negara a oír mis súplicas…” “Mi madre murió cuando yo tenía tres años y eso creó un trauma en mí, toda la vida, inclusive hoy yo he seguido buscando a mi madre. (…) Yo no la podré encontrar nunca, pero por dentro sigue la necesidad, (…) yo la he buscado en las mujeres que he amado, en los temas que he elegido para leer, en las ciudades que he vivido, por las calles, en el frío, en el calor, en las comidas, esa angustia, esa búsqueda sin objetivo y sin resultado pero que no desaparece…”

Es evidente que el sufrimiento fue impulsor de inspiraciones tanto en Deligne como en Mir. Ese batallar en contra de las adversidades y los avatares de la vida. Ese constante enfrentamiento entre la felicidad anhelada y la trágica realidad se reflejan en el poema “Abulia” de Pedro Mir.

Mi vida va de viaje en un bostezo.
Desflorada de rutas
mi vida se ha olvidado del camino
y se orienta en mi barro…
¡Cuántas volutas de pensamiento
salen de las cenizas de mi cigarro!

Mi carne se hace elástica de hastío
y se da en la amplitud de un desperezo.
Después de todo: yo soy mío.
Mi vida es un navío
que ha cabido en el charco de un bostezo.

Ser hijos de padres extranjeros constituye la cuarta coincidencia entre Gastón Fernando Deligne y Pedro Mir. El primero es fruto de la unión matrimonial entre un inmigrante francés que algunos autores afirman respondía al nombre de Alfred Jules De Ligne y otros que se llamaban Gastón Deligne, y la dominicana Ángela Figueroa. En las biografías del segundo se lee que “es hijo de Pedro Mir, un mecánico industrial cubano que estableció su residencia en San Pedro de Macorís a principio del siglo XX, y de la puertorriqueña Vicenta Valentín”.

El padre de Gastón Fernando Deligne, hombre humilde, pero de buena reputación, realizaba trabajos en Haití para el sustento de su familia, donde contrajo una enfermedad que le causó la muerte dejando al desamparo a su esposa e hijos. El padre de Pedro Mir laboraba en la industria azucarera en San Pedro de Macorís. Ambos niños, aunque en épocas distintas crecerían con las influencias de sus ancestros y del medio circundante.

Esto unido a la amalgama de angustia y sufrimiento que caracterizó gran parte de las vidas de los bardos, y combinado con lo que constituye la quinta gran coincidencia entre ellos, que es que ambos vivieron durante un tiempo bajo un régimen de dictadura, habría de definir y de marcar los universos poéticos de Gastón Fernando Deligne y de Pedro Mir.

Ambos poetas se convierten entonces en buques insignias en contra de las respectivas dictaduras que les tocó vivir destacándose el gran contenido político, social y patriótico en sus obras. Aunque en el caso de Deligne su obra se bifurca en una más amplia variedad de temas tales como los aspectos psicológicos, filosóficos, trágicos y costumbristas, además del tema patriótico.

Deligne vivió y sufrió la dictadura de Lilís completa; esa que marcó el rumbo social y político de la República dominicana en gran parte de la segunda mitad del siglo XIX. Ello condujo al poeta a producir textos como “Ololoi”, en el que encara y descifra la crueldad del tirano con un lenguaje artístico. Franklin Gutiérrez en una de sus biografías acota: “Nadie como él ha sabido retratar al dictador y producir anatemas tan efectivos, como los que aparecen en su poema «Ololoi», un doloroso testimonio personal sobre la dictadura de Ulises Heureaux”. A continuación se transcribe un fragmento de esa celebrada pieza poética.

(…)

Y pregona su orgullo inaudito,
que es mirar sus delitos, delito:
y que de ellos murmúrese y hable,
es delito más grande y notable;
y prepara y acota y advierte,
para tales delitos, la muerte.

Adulando a aquel ídolo falso,
(que de veces irguióse el cadalso!
Y a nutrir su hemofagia larvada,
¡cuántas veces sinuó la emboscada!

Ante el lago de sangre humeante,
como ante una esperanza constante,
exclamaba la eterna justicia:
¡Ololoi, ololoi! (¡sea propicia!)

Y la eterna Equidad, consternada
ante el pliegue de alguna emboscada,
tras el golpe clamaba y el ay:
¡sea propicia!: ¡ololoi! ¡ololoi!...

(…)

Y pasó que la sangre vertida
con baldón de la ley y la vida,
trasponiendo el cadalso vetusto,
¡se cuajó... se cuajó... se hizo un busto!

(…)

¡Y ha caído el coloso al empuje
de un minuto y dos onzas de plomo!

Los que odiáis la opresión, ved ahí cómo!
Si después no han de ver sus paisanos,
cual malaria de muertos pantanos,
otra peste brotar cual la suya;
¡aleluya! ¡aleluya! ¡aleluya!

Si soltada la Fuerza cautiva,
ha de hacer que resurja y reviva
lo estancado, lo hundido, lo inerte;
¡paz al muerto! ¡loor a la Muerte!
escurre luego por tranquilo cauce,
purpura las hojas y las flores
un abrojo rastrero...

Otro emblemático poema de Gastón Fernando Deligne donde se pone de manifiesto el patriotismo es “Arriba el Pabellón”, que constituye un canto a la bandera de su país y un homenaje al lienzo tricolor desde la primera hasta la última estrofa. El poema revela además los detalles observados por el autor en lo concerniente a la cotidianidad del pueblo llano y sencillo. “Enfilando pelotón/ de la guardia somnolienta/ al pie del asta presenta/ arbitraria formación”. “Y hechas a las dos auroras/ en que cielo y Patria están/ pasan de largo a su afán/ las gentes madrugadoras”. Los versos que forman la última estrofa de este poema han sido musicalizados y han recorrido cada rincón del país, y han llenado distintos escenarios de júbilo y de patriotismo en labios de estudiantes, docentes, intelectuales, patriotas, y de hombres, mujeres y niños sencillos del pueblo dominicano.

¡Que linda en el tope estás
dominicana bandera!
¡Quién te viera, quien te viera
más arriba mucho más!

A Pedro Mir, por su parte, le correspondió conocer y vivir la dictadura de Rafael Leonidas Trujillo, una de las más crueles y sangrientas que ha tenido el continente. Contra ella cantó, escribió, opinó y luchó. El autor de “Hay un país en el mundo” no sólo con la pluma enfrentó al régimen, sino que también se enroló en al menos una de las expediciones que intentaron derrocar a Trujillo por las armas.

Pedro Mir, quien desde joven mostró sus inquietudes sociales, no concebía que la patria que naciera el 27 de febrero de 1844 de las manos de Juan Pablo Duarte, Francisco del Rosario Sánchez y Matías Ramón Mella, y que luego fuera heroicamente restaurada en histórica gesta encabezada por Gregorio Luperón, fuera gobernada con manos de hierro por un compatriota suyo.

Desde los años de 1930, primera década de ejercicio gubernamental del tirano, muchos dominicanos, como Pedro Mir mostraron por diferentes vías su oposición a la dictadura que se extendería por dos décadas más. Entre esos patriotas estaba Juan Bosch, uno de los más connotados intelectuales de América. Y es precisamente Juan Bosch con la intermediación de otra persona quien descubre a Pedro Mir como poeta y publica por primera vez unos versos suyos en la página literaria del periódico Listín Diario el 19 de diciembre de 1937. Lo introducía con las siguientes palabras: “Aquí está Pedro Mir. Empieza ahora, y ya se nota la métrica honda y atormentada en su verso. A mí, con toda sinceridad, me ha sorprendido. He pensado: ¿Será este muchacho el esperado poeta social dominicano?".

Aquello habría de sorprender a Pedro Mir. Pero al mismo tiempo le alertaba de que los ojos de la intelectualidad y de los lectores en general estarían sobre él. De alguna manera también era para el novel poeta de unos 24 años de edad un compromiso con sus potenciales lectores. Y dice Juan Bosch que “la preocupación social del poeta no es una máscara con la cual sale por esos mundos a estrenar una moda. Es auténtica y la lleva en la entraña como lleva el animal su sangre, ese líquido de cuya existencia depende la vida”. Esto nos da una idea del compromiso que sobre “este muchacho” recaía.

Con la aparición en Cuba en el año 1949 de la formidable pieza poética “Hay un país en el mundo”, Pedro Mir no sólo denuncia la dictadura y le enrostra una serie de males que padece el pueblo dominicano, sino que también retrata de cuerpo entero la realidad vivida en los ingenios azucareros. Leyéndola nos paseamos por los barracones de los bateyes y por las trochas de los cañaverales que parecen extenderse “desde el canto de los gallos” hasta el último aliento de un obrero. Escuchamos el rugir de las chimeneas y la voz del bueyero tras una mancorna agitada y fatigada. Palpamos la vía férrea por donde se desliza la locomotora, y el peso donde se detiene la carreta a medir su contenido para exprimir la vida de los braceros. Saboreamos la melaza y el azúcar caliente que unos minutos atrás era guarapo de caña.

Cuando leemos “Hay un país en el mundo” vemos las manos crueles del tirano que gobierna la nación dominicana sembrando temor, terror y frustración en cada centímetro de tierra de la media isla. Pero también observamos las pulperías desiertas y las miradas perdidas en tiempo muerto. Los bueyes flacos y los obreros exhaustos, “y el camino y sus dos cicatrices”.

Así mismo cuando leemos “Hay un país en el mundo” nos damos cuenta que Juan Bosch no se equivocaba cuando insinuaba que este podía ser “el esperado poeta social dominicano”, y que a su autor le aguardaba un extenso camino de éxitos en el mundo de las letras no sólo en su país, sino en toda América y gran parte del mundo.

(…)

En verdad.
Con tres millones
suma de la vida
y entre tanto
cuatro cordilleras cardinales
y una inmensa bahía y otra inmensa bahía,
tres penínsulas con islas adyacentes
y un asombro de ríos verticales
y tierra bajo los árboles y tierra
bajo los ríos y en la falta del monte
y al pie de la colina y detrás del horizonte
y tierra desde el canto de los gallos
y tierra bajo el galope de los caballos
y tierra sobre el día, bajo el mapa, alrededor
y debajo de todas las huellas y en medio el amor.
Entonces
es lo que he declarado.
Hay
un país en el mundo
sencillamente agreste y despoblado.

(…)

País inverosímil.
Donde la tierra brota
y se derrama y cruje como una vena rota,
donde alcanza la estatura del vértigo,
donde las aves nadan o vuelan pero en el medio
no hay más que tierra:
los campesinos no tienen tierra.
Y entonces
¿de dónde ha salido esta canción?
¿Cómo es posible?
¿Quién dice que entre la fina
salud del oro
los campesinos no tienen tierra?
Esa es otra canción. Escuchad
la canción deliciosa de los ingenios de azúcar
y de alcohol.

(…)

Al conocerse este poema el mundo se enteró que la República Dominicana había parido en 1913, a pocos meses del fallecimiento del Poeta de la Patria Gastón Fernando Deligne, otro poeta de la patria y para el mudo. La calidad intelectual y creativa del bardo que a la sazón no alcanzaba aún los 40 años de edad, fue reconfirmada en 1952 cuando se publica en Guatemala su famoso “Contracanto a Walt Whitman”, extraordinario poema que habría de ratificar el valor poético de Pedro Mir.

Como buen soldado; consagrado ya como el poeta social de los dominicanos, en lo adelante Pedro Mir estaría presente cada vez que la patria le requiriera con su fusil en las manos, que era la pluma. Tanto, que si alguien quisiera saber cuál es su patria, la respuesta sería precisa y contundente, pero cargada de arte y de estética: “Siga el rastro goteando por la brisa/ y allí donde la sombra se presenta,/ donde el tiempo castiga y desmorona,/ ya no la busque,/ no pregunte por ella”.

No transcurriría un acontecimiento memorable para su patria que Pedro Mir no le cantara. Lo encontramos en su “Elegía del 14 de junio”, en su “Balada del exiliado”, y recordamos que cuando supo “que habían caído las tres hermanas Mirabal”, se dijo: “la sociedad establecida ha muerto”. En 1962 lo localizamos desafiando hidalgamente “Al portaviones INTRÉPIDO”, y en 1965, en medio de uno de los más importantes episodios de conquista de democracia de los dominicanos, arenga a soldados y civiles con su poema “Ni un paso atrás”.

Tras analizar esa producción poética en cuyo centro siempre está la patria, es que el 5 de octubre del año 1982 la Cámara de diputados de la República Dominicana considerando que Pedro Mir “es un poeta dominicano en que se dan cita simultáneamente las condiciones que establecen la base de una conciencia social latente, la defensa del destino promisorio y libre de la nación y la genuina y absoluta observancia de una poesía depurada y exquisita”, lo declara Poeta de la Patria o Poeta Nacional.

Con esta resolución Pedro Mir alcanza el más alto reconocimiento oficial que se le puede hacer a un poeta en la República Dominicana, con lo que se termina de consolidar como el más grande poeta dominicano del siglo XX. Ya Gastón Fernando Deligne había sido aclamado como Poeta de la Patria o Poeta Nacional y es el más grande poeta dominicano del siglo XIX. Ello constituye la sexta coincidencia importante entre los dos creadores que unida a las cinco anteriores delinean un interesante paralelismo entre ambos, aunque a Deligne se le encasilla entre los últimos románticos del siglo XIX, en tanto que Mir era modernista.

Pedro Mir, que en 1913 recibió la antorcha de manos de Gastón Fernando Deligne, murió con el siglo en el año 2000. ¿Habrá nacido en ese año otro Poeta Nacional dominicano, quizás en Santo Domingo o en San Pedro de Macorís?
 

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