Por Periodista 23
El 19 de diciembre de 1937, el periódico Listín Diario publicó los poemas "A la carta que no ha de venir", "Catorce versos" y "Abulia", tres textos de un entonces bardo desconocido llamado Pedro Mir.
De ellos, el primero tenía un intenso sabor a Patria y sus protagonistas arrastraban una gran carga sufrimiento. "Tráeme el sabor ardiente de la tierra / que se viene en guarapo". ..."Tráeme el trajín de la zafra"..."Tráeme el rumor del molino:..." rezan tres de sus versos.
Tocado por el contenido social y patriótico, así como por la fuerza expresiva con la que Mir abordó el tema de los campesinos y los trabajadores de la caña en esos poemas, Juan Bosch, dueño ya de cierto prestigio como escritor, señaló a Mir como el poeta social que la patria buscaba y necesitaba.
Pero disgustado por las atrocidades del dictador Rafael Leonidas Trujillo Molina y temeroso de que la maquinaria represiva que sustentaba su régimen malograra su vida, Mir se autoexilia en Cuba en 1947. Exceptuando una serie de crónicas suyas sobre asuntos literarios y culturales apa-recidas en el periódico La nación, entre 1945 y 1946, la producción de miriana es exigua entre 1937 y 1947.
El enunciado de Bosch comienza a ganar cuerpo en 1949 cuando aparece, en La Habana, el le-gendario poema "Hay un país en el mundo", y se robustece en 1952 con "Contracanto a Walt Whitman". De modo, que cuando Mir regresa a la República Dominicana en 1962, toca rápida-mente la sensibilidad política de la juventud de entonces, que encontró en su poema “Hay un país en el mundo” materia prima sustanciosa para la lucha revolucionaria y la consecución de las li-bertades civiles reclamadas por el pueblo dominicano luego del ajusticiamiento del tirano.
Entre 1965 y 1980 "Hay un país en el mundo" se convirtió en una especie de himno patriótico reclamado e interpretado por grupos de poesías coreadas, declamadores y agrupaciones teatrales. También las aulas de la Universidad de Santo Domingo les sirvieron a Mir de bastón para afian-zar su carisma entre sus contemporáneos. Con "Amén de mariposas" (1969) Mir prácticamente se adueña del parnaso nacional, obtiene el aprecio de los sectores desposeídos del país y abre de-finitivamente las puertas que posteriormente lo convertirán en el poeta nacional de la República Dominicana.
Ello ocurrió el 5 de octubre de 1982, cuando el presidente de la Cámara de Diputados, Hugo To-lentino Dipp, firmó una resolución mediante la cual se le otorgó a Pedro Mir el título de Poeta de la Patria, es decir, Poeta Nacional. La petición, sometida al Congreso por el poeta y entonces diputado Tony Raful, reza en uno de sus considerandos: "Es un poeta dominicano en que se dan cita simultáneamente las condiciones que establecen las bases de una conciencia social latente, la defensa del destino promisorio y libre de la nación y la genuina y absoluta observancia de una poesía depurada y exquisita".
Durante 18 años Mir anduvo por toda la geografía dominicana y por el extranjero exhibiendo su título de Poeta Nacional. Y cuando partió del mundo terrenal, el 11 de julio del 2000, fue despe-dido solemnemente. El Estado dominicano ordenó tres días de duelo nacional mediante el decre-to No. 308-00. Su cadáver fue expuesto en la Facultad de Humanidades de la Universidad Autó-noma de Santo Domingo, en el Palacio Nacional y en el Congreso Nacional. Incluso, una comi-sión oficial dispuesta por el gobierno se encargó de los actos fúnebres y del sepelio.
Cuando partió el cortejo fúnebre hacia el cementerio Cristo Redentor muchos pensamos que Mir apenas cambiaba de hogar y que todos nosotros, incluyendo a sus patrocinadores en el Congreso Nacional, nos encargaríamos de que el Poeta de la Patria viviera permanentemente en nuestra memoria. Pero no ha sido así.
La tumba de Pedro Mir está ubicada en una zona de difícil acceso, ahogada por numerosos pan-teones más suntuosos que el suyo y circundada por elevadas gramíneas bovinas que dificultan su hallazgo. A ella solo se puede llegar guiado por alguien familiarizado con su ubicación. Pero, además de su inaccesibilidad, está abandonada y descuidada, da la impresión de que pocos se acercan a ella.
Como asiduo visitante que soy del Cristo Redentor, he estado por lo menos quince veces frente al nicho inclinado que guardan los restos de nuestro Poeta Nacional, y nunca he visto a nadie en sus alrededores. Tan inadvertida es la presencia de Mir en todo el camposanto que ni siquiera el personal administrativo ni las decenas de albañiles y aseadores de tumbas saben dónde está se-pultado.
Es cierto que en la República Dominicana hay casos más desconcertantes y deplorables que el del Poeta Nacional. Tomás Hernández Franco y René del Risco Bermúdez, por ejemplo, están en panteones prestados en Tamboril y Cristo Redentor, respectivamente, porque carecen de espacios funerarios propios, Pero aún así Pedro Mir, por su condición de Poeta Nacional, debería estar en un panteón tipo plazoleta a la entrada del cementerio. En una edificación semiabierta, visible y con bancos cuyos espaldares tengan grabados textos suyos.
A esa, su morada definitiva, irían sus admiradores en busca de su espíritu y a leer sus poemas. Las instituciones educativas, tanto públicas como privadas, podrían llevar a sus estudiantes en manadas a visitar al Poeta Nacional especialmente el 21 de octubre, día nacional del poeta domi-nicano, y, de paso, caminarlos por las tumbas de otras glorias de las letras criollas residentes en Cristo Redentor, entre ellas: Domingo Moreno Jimenes, Delia Weber, Manuel del Cabral, Manuel Rueda, Aída Cartagena Portalatín, Enriquillo Sánchez y René del Risco Bermúdez.
Siempre aspiramos a que el Estado resuelva todos los problemas del país. Pero hay muchas em-presas privadas que gastan millones de pesos en cosas a veces innecesarias. En este caso particular poco importa que sea una empresa o institución pública o privada la que asuma el compromiso, pero urge que a Pedro Mir se le ubique en un lugar decente acorde con el título de Poeta Nacional que ostenta. Porque la buena salud de los restos de ese hombre diminuto de y voz pausada que colocó nuestra isla "en el mismo trayecto del sol", debe dolernos a todos por igual. Si no tendremos que validar el clamor del celebrado poeta español Gustavo Aldolfo Bécquer: "¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos! .
Tocado por el contenido social y patriótico, así como por la fuerza expresiva con la que Mir abordó el tema de los campesinos y los trabajadores de la caña en esos poemas, Juan Bosch, dueño ya de cierto prestigio como escritor, señaló a Mir como el poeta social que la patria buscaba y necesitaba.
Pero disgustado por las atrocidades del dictador Rafael Leonidas Trujillo Molina y temeroso de que la maquinaria represiva que sustentaba su régimen malograra su vida, Mir se autoexilia en Cuba en 1947. Exceptuando una serie de crónicas suyas sobre asuntos literarios y culturales apa-recidas en el periódico La nación, entre 1945 y 1946, la producción de miriana es exigua entre 1937 y 1947.
El enunciado de Bosch comienza a ganar cuerpo en 1949 cuando aparece, en La Habana, el le-gendario poema "Hay un país en el mundo", y se robustece en 1952 con "Contracanto a Walt Whitman". De modo, que cuando Mir regresa a la República Dominicana en 1962, toca rápida-mente la sensibilidad política de la juventud de entonces, que encontró en su poema “Hay un país en el mundo” materia prima sustanciosa para la lucha revolucionaria y la consecución de las li-bertades civiles reclamadas por el pueblo dominicano luego del ajusticiamiento del tirano.
Entre 1965 y 1980 "Hay un país en el mundo" se convirtió en una especie de himno patriótico reclamado e interpretado por grupos de poesías coreadas, declamadores y agrupaciones teatrales. También las aulas de la Universidad de Santo Domingo les sirvieron a Mir de bastón para afian-zar su carisma entre sus contemporáneos. Con "Amén de mariposas" (1969) Mir prácticamente se adueña del parnaso nacional, obtiene el aprecio de los sectores desposeídos del país y abre de-finitivamente las puertas que posteriormente lo convertirán en el poeta nacional de la República Dominicana.
Ello ocurrió el 5 de octubre de 1982, cuando el presidente de la Cámara de Diputados, Hugo To-lentino Dipp, firmó una resolución mediante la cual se le otorgó a Pedro Mir el título de Poeta de la Patria, es decir, Poeta Nacional. La petición, sometida al Congreso por el poeta y entonces diputado Tony Raful, reza en uno de sus considerandos: "Es un poeta dominicano en que se dan cita simultáneamente las condiciones que establecen las bases de una conciencia social latente, la defensa del destino promisorio y libre de la nación y la genuina y absoluta observancia de una poesía depurada y exquisita".
Durante 18 años Mir anduvo por toda la geografía dominicana y por el extranjero exhibiendo su título de Poeta Nacional. Y cuando partió del mundo terrenal, el 11 de julio del 2000, fue despe-dido solemnemente. El Estado dominicano ordenó tres días de duelo nacional mediante el decre-to No. 308-00. Su cadáver fue expuesto en la Facultad de Humanidades de la Universidad Autó-noma de Santo Domingo, en el Palacio Nacional y en el Congreso Nacional. Incluso, una comi-sión oficial dispuesta por el gobierno se encargó de los actos fúnebres y del sepelio.
Cuando partió el cortejo fúnebre hacia el cementerio Cristo Redentor muchos pensamos que Mir apenas cambiaba de hogar y que todos nosotros, incluyendo a sus patrocinadores en el Congreso Nacional, nos encargaríamos de que el Poeta de la Patria viviera permanentemente en nuestra memoria. Pero no ha sido así.
La tumba de Pedro Mir está ubicada en una zona de difícil acceso, ahogada por numerosos pan-teones más suntuosos que el suyo y circundada por elevadas gramíneas bovinas que dificultan su hallazgo. A ella solo se puede llegar guiado por alguien familiarizado con su ubicación. Pero, además de su inaccesibilidad, está abandonada y descuidada, da la impresión de que pocos se acercan a ella.
Como asiduo visitante que soy del Cristo Redentor, he estado por lo menos quince veces frente al nicho inclinado que guardan los restos de nuestro Poeta Nacional, y nunca he visto a nadie en sus alrededores. Tan inadvertida es la presencia de Mir en todo el camposanto que ni siquiera el personal administrativo ni las decenas de albañiles y aseadores de tumbas saben dónde está se-pultado.
Es cierto que en la República Dominicana hay casos más desconcertantes y deplorables que el del Poeta Nacional. Tomás Hernández Franco y René del Risco Bermúdez, por ejemplo, están en panteones prestados en Tamboril y Cristo Redentor, respectivamente, porque carecen de espacios funerarios propios, Pero aún así Pedro Mir, por su condición de Poeta Nacional, debería estar en un panteón tipo plazoleta a la entrada del cementerio. En una edificación semiabierta, visible y con bancos cuyos espaldares tengan grabados textos suyos.
A esa, su morada definitiva, irían sus admiradores en busca de su espíritu y a leer sus poemas. Las instituciones educativas, tanto públicas como privadas, podrían llevar a sus estudiantes en manadas a visitar al Poeta Nacional especialmente el 21 de octubre, día nacional del poeta domi-nicano, y, de paso, caminarlos por las tumbas de otras glorias de las letras criollas residentes en Cristo Redentor, entre ellas: Domingo Moreno Jimenes, Delia Weber, Manuel del Cabral, Manuel Rueda, Aída Cartagena Portalatín, Enriquillo Sánchez y René del Risco Bermúdez.
Siempre aspiramos a que el Estado resuelva todos los problemas del país. Pero hay muchas em-presas privadas que gastan millones de pesos en cosas a veces innecesarias. En este caso particular poco importa que sea una empresa o institución pública o privada la que asuma el compromiso, pero urge que a Pedro Mir se le ubique en un lugar decente acorde con el título de Poeta Nacional que ostenta. Porque la buena salud de los restos de ese hombre diminuto de y voz pausada que colocó nuestra isla "en el mismo trayecto del sol", debe dolernos a todos por igual. Si no tendremos que validar el clamor del celebrado poeta español Gustavo Aldolfo Bécquer: "¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos! .
No hay comentarios:
Publicar un comentario