martes, 21 de febrero de 2023

Levantan caserío al borde del polo turístico Juan Dolio.


Entre la inmensa diversidad de complejos turísticos que forman parte de la comunidad costera Juan Dolio, que se encuentra en el municipio Guayacanes, provincia San Pedro de Macorís, resalta la existencia de un pequeño barrio cuya característica principal es la pobreza de sus habitantes.

Son alrededor de ochenta casas y un promedio de personas que excede el número cien los que se han ubicado desde hace años entre terrenos ajenos habilitados por ellos mismos cerca de la avenida Villas del Mar.

Tanto niños, como jóvenes y adultos han dado forma a un humilde estilo de vida rodeados por los excéntricos lujos que se dan quienes visitan uno de la gran cantidad de hoteles que rodean sus casas de zinc, y en los que la gran mayoría trabaja.

Así viven

La comunidad es mixta, dominico-haitiana y con un número superior de extranjeros, y parecería altamente preocupante la invasión, que en muchos casos aseguran que es consentida por los dueños de los terrenos baldíos, de no ser porque resulta lógico el conocimiento que posee el Estado dominicano sobre su existencia debido a los stickers propios del “X Censo Nacional de Población y Vivienda 2022”, en la mayoría de las casas.

El escenario llama la atención, a pesar de que no se encuentra a simple vista y tampoco hay indicadores que anuncien que al caminar entre los grandes montes que se elevan próximo a su ubicación encontrarán algo tan parecido a barrio local.

No hay calles ni carreteras asfaltadas, el grupo de casas tiene varias entradas y en una de ellas se encuentra un camino llano y despejado para dar paso a vehículos. Sobre las ligeras construcciones lucen numeraciones que según refirieron, fueron hechas en épocas pre eleccionarias bajo la promesa de llevar alimentos y suplirlos con enceres.

No obstante, no deja de hacer ruido conocer el hecho de que viven sobre arena movediza, casi de manera literal.

Aunque hay quienes refieren que tienen más de veinte años de residir ahí y nunca han conocido los titulares de los terrenos en los que construyeron, a ninguno le pasan los días sin la constante pendiente de que en algún momento puede llegar alguien a reclamar su espacio sobre el que han edificado sus vidas y dejarlos a la deriva.

Ellos lo saben. Son conscientes de que son vistos como invasores, y a costa de esto no se han atrevido a levantar algo tan sólido como un domicilio de block, con la premisa de que en cualquier momento puede ser demolido.







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